El financiamiento de la
ciencia
Por Carlos Rodríguez
Castellanos
[16.01.2017]-
Actualización 8:00 pm de Cuba
Entre los factores que
afectan a la ciencia cubana
en estos momentos, el más
importante, porque de él
dependen todos los demás, es
el financiamiento.
La visión de la nación para
2030, aprobada en el VII
Congreso del PCC, prevé en
su artículo 149:
“Incrementar de forma
sostenida el monto del
financiamiento de la
actividad de ciencia,
tecnología e innovación y su
crecimiento proporcional al
PIB”.
Y es que, en las condiciones
de nuestro país, sólo una
economía que se base de modo
creciente en productos de
alto valor agregado, junto a
una organización humanista y
racional de la sociedad,
podrá garantizar el
socialismo próspero y
sustentable al que aspiramos.
Y eso no es posible sin la
aplicación intensa y
acelerada de la ciencia y la
tecnología en todos los
sectores y ámbitos. La obra
de la Revolución en el campo
de la ciencia muestra éxitos
que apoyan esta visión.
Sin embargo, la reseña
publicada el pasado 27 de
diciembre por Cubadebate
acerca de la discusión del
presupuesto del estado para
2017 en la Asamblea Nacional
del Poder Popular evidencia
que aún no existe entre
nosotros completa claridad
sobre este vital asunto y
que se requiere continuar
profundizando en el mismo,
para emprender acciones
efectivas, que ya hoy
resultan muy urgentes.
El presupuesto aprobado no
recoge explícitamente las
partidas dedicadas a
investigación-desarrollo (I+D)
ni a actividades
científico-tecnológicas
(ACT), porque las supone
incluidas en otras
actividades presupuestadas o
en las del sector
empresarial. Este enfoque no
permite dirigir los recursos
del Estado hacia sus
objetivos priorizados, ni
evaluar la intensidad y
eficiencia de la ciencia
cubana.
En un momento de fuertes
restricciones financieras,
como el presente, esta
discusión puede parecer
extemporánea. En realidad,
es tanto o más necesaria
cuando se requiere emplear
bien cada centavo. Se puede
invertir en la ciencia más o
menos, de acuerdo a las
posibilidades del país, pero
hace falta distinguir bien
cuánto, cómo y en qué.
Además, ante las
oportunidades que puedan
presentarse, particularmente
en el terreno de la
inversión extranjera, es
preciso tener muy claras las
prioridades y los modos
efectivos de emplear los
recursos, para no
desaprovecharlos.
Por esa razón quiero, en
ocasión del Día de la
Ciencia Cubana, compartir
con los lectores de
Cubadebate algunas ideas que
son el fruto de los análisis
realizados con muchos
compañeros de la Academia de
Ciencias de Cuba, el
Ministerio de Ciencia,
Tecnología y Medio Ambiente,
el Ministerio de Educación
Superior, BIOCUBAFARMA y
otras instituciones
científicas del país.
Desafortunadamente, estas
propuestas, sobre las que
existe hace años un amplio
consenso en el seno de la
comunidad científica, aún no
han sido llevadas a la
práctica, quizás porque no
hemos logrado extender ese
consenso a los organismos
rectores de la economía
nacional.
Lo principal, es que la
ciencia debe dirigirse a
partir de indicadores
específicos que reflejen de
la forma más precisa posible
la magnitud y diversidad de
los recursos que le vamos a
dedicar y la cantidad y
calidad de los resultados
que nos proponemos alcanzar.
No es tan difícil elaborar,
a partir de la práctica
internacional y nuestros
propios objetivos de
desarrollo, un sistema de
indicadores, siempre
perfectible, sobre los
cuales basar los planes y
evaluar los resultados.
La inversión en I+D como
fracción del producto
interno bruto (PIB) es una
medida universalmente
aceptada de la intensidad
con que un país se dedica a
estas actividades. Según el
informe mundial sobre la
ciencia publicado por UNESCO
en 2015, este indicador se
mueve en un amplio intervalo,
que supera el 4% en los
países que más invierten. La
media mundial crece y es ya
1,7 %, lo cual se refleja en
el crecimiento del valor
agregado de las manufacturas.
En los últimos años la
región de América Latina y
el Caribe alcanzó un 0,69 %,
fuertemente influida por el
ascenso de Brasil, que ya
supera el 1%.
En el caso de Cuba, el
crecimiento del PIB en la
última década no se vio
acompañado por un incremento
de los recursos dedicados a
I+D, por lo que ese
indicador descendió hasta
0,42 % en 2014. Es probable
que las cifras reportadas,
basadas en estimados del
gasto a finales de cada año,
no incluyan fielmente todos
los recursos que se dedican
a I+D en nuestro país, pero
nos permiten compararnos con
nosotros mismos, evaluando
su variación de un año a
otro.
Como consecuencia, y a pesar
de los éxitos alcanzados en
algunos sectores, el
potencial científico en su
conjunto se debilitó. Otro
indicador universalmente
aceptado del esfuerzo en I+D:
el número de investigadores
a tiempo completo o
equivalentes por cada mil
habitantes se incrementó
hasta un 1,08 en el mundo y
0.48 en América Latina,
mientras que en Cuba los
investigadores a tiempo
completo por cada mil
habitantes han descendido
desde 0.49 en 2009 hasta
0.40 en 2013 (no existen
reportes de investigadores
equivalentes que incluyan al
personal que se dedica
parcialmente a la
investigación, como los
profesores universitarios,
pero ese número también
parece haber disminuido). La
producción de artículos
científicos está estancada y
la de patentes disminuyó.
El país necesita trazar
metas claras de crecimiento
de estos indicadores y
darles el seguimiento
adecuado en los momentos
claves de la planificación y
la evaluación de la economía.
Otro aspecto importante es
la estructura de esa
inversión según su
procedencia y destino. En
los países subdesarrollados
proviene casi exclusivamente
del presupuesto estatal,
mientras que en los
desarrollados el sector
empresarial, generalmente
privado, tiene un peso muy
importante.
El financiamiento
empresarial cubre tanto ACT
que realiza la propia
empresa, como las que
contrata a otras
instituciones y suele
responder a objetivos de
corto o mediano plazos:
innovación, investigaciones
aplicadas, desarrollo de
productos, servicios
científico – técnicos,
participación en eventos
científicos, entrenamiento y
capacitación de
investigadores, entre otros.
El financiamiento estatal se
dirige fundamentalmente a
garantizar prioridades de
I+D que se consideran
estratégicas para los países,
a la creación de
infraestructuras o
facilidades científicas y
tecnológicas de amplio uso,
a fondos de apoyo a la
innovación, a la
investigación básica, al
estímulo a la productividad
y el mérito científicos y a
los programas de formación
de doctores. Muchos países
cuentan con una agencia que
distribuye los recursos
asignados por el presupuesto
estatal para estos fines,
controla su uso y evalúa los
resultados.
Las innovaciones más
importantes y de mayor
impacto económico han tenido
sus raíces en las
investigaciones de carácter
estratégico financiadas por
los presupuestos estatales.
Hay muchos ejemplos en el
mundo. El desarrollo de la
biotecnología en Cuba es uno
de ellos.
En las condiciones de
nuestro país será necesario
que los dos componentes del
financiamiento crezcan y que
aumente la fracción del
aporte empresarial hasta
superar el 50%.
La planificación económica
debe incluir de forma
explícita los orígenes y
destinos de la inversión en
ACT e I+D. Los recursos
asignados por el presupuesto
deben nominalizarse para su
ejecución en las actividades
previstas y no en otras.
Actualmente, las empresas
están autorizadas a invertir
en ACT una parte de sus
ganancias, pero en la
mayoría de los casos los
fondos disponibles para este
fin son muy modestos y la
inversión en ACT compite con
otras necesidades
apremiantes, por lo que se
mantiene a niveles muy bajos.
Una alternativa sería
diferenciar los fondos
destinables a ACT,
aislándolos de otros
destinos. En el caso de las
empresas de alta tecnología,
cuyo crecimiento depende
críticamente de los
resultados científicos que
obtienen o incorporan, los
fondos disponibles aún
resultan insuficientes.
Incorporar a gastos una
parte de esta inversión
podría ser una solución para
ellas. El acceso a capitales
de riesgo es otra opción por
explorar. La muy esperada
Ley de Empresas debería
capturar los principios
básicos del financiamiento
de las ACT en el sector
empresarial.
En relación con la inversión
extranjera que nos hemos
propuesto impulsar, es
válido recordar que en
tiempos relativamente
recientes, algunos países,
como Corea del Sur, la
utilizaron de modo eficiente
para desarrollar su
potencial científico y
tecnológico, incluyendo sus
universidades. Con ello
lograron, de una parte
activar el potencial propio,
y de otra garantizar la
apropiación plena de las
tecnologías transferidas,
junto a los conocimientos
que les servían de base,
reduciendo poco a poco su
dependencia tecnológica del
exterior. Sin ir tan lejos,
en nuestro país, durante los
años noventa, la inversión
extranjera en las industrias
del níquel y el petróleo
apoyó significativamente el
fortalecimiento del
potencial científico y
tecnológico más directamente
vinculado con estos sectores.
Las universidades
constituyen un espacio
singular y complejo para las
ACT y necesitan un sistema
de gestión que tenga en
cuenta esas particularidades.
Por un lado, deben
garantizar una buena parte
de la investigación y la
formación de científicos que
se desarrolla en el país.
Esto requiere un
financiamiento nominalizado,
que hoy no existe, para los
proyectos de investigación y
los programas doctorales.
Por otra parte, la
distribución de nuestras
universidades a lo largo y
ancho de nuestro país, su
potencial científico y
tradicional vínculo con los
centros de producción y
servicios de sus territorios,
les conceden un papel
importantísimo en los
procesos de innovación. Pero
esto requiere reglas de
juego diferentes. Hasta hoy
persisten obstáculos legales
importantes que desestimulan
la conexión entre las
universidades y el sector
empresarial. Entre ellos,
está la imposibilidad de
retener los ingresos que
produzcan esos vínculos,
para reinvertirlos y
estimular a quienes los
generen. Estos fondos nunca
sustituirán al presupuesto
universitario, pero pueden
complementarlo y constituir
un estímulo importante.
Algunos centros de
investigación presupuestados
comparten la problemática de
las universidades en lo que
respecta al financiamiento
de sus actividades.
Finalmente, y sin agotar el
tema, es necesario subrayar
un aspecto central: los
recursos humanos altamente
calificados son el
componente principal de
nuestro potencial científico
y a ellos debe dirigirse, en
primer lugar, el
financiamiento de la ciencia
y la tecnología. De nada
vale la inversión en
infraestructura, equipos y
otros medios si no se
acompaña con la formación,
retención y aprovechamiento
eficiente de los recursos
humanos que le agregarán
valor. En términos
estrictamente económicos,
reponer un equipo, por caro
que sea, suele ser más
barato y toma menos tiempo,
que formar a los
especialistas de alta
calificación sin los cuales
el equipo no vale nada.
En medio de la complejidad
del momento, la ciencia
cubana está en capacidad de
avanzar y jugar el papel que
le corresponde en la
construcción socialista. Las
profundas ideas de Fidel
sobre la Ciencia, que tanto
recordamos cada 15 de enero,
nos inspiran en este empeño,
pero sobre todo, nos
comprometen a ponerlas en
práctica rápidamente.
Tomado de
Cubadebate